Briosos los caballos, brillosos,
muy negros,
sus cascos traían llantos y
tristeza,
cruzaban airosos las calles de
tierra,
penita en el alma su paso nos
deja.
Click, clack, repetía su paso en
las calles
tirando el carruaje con alas muy negras.
Al doblar la esquina que daba a la
iglesia
tañir de campanas desgranando
penas.
Yo, que era muy niño, seguía al
carruaje,
observaba todo, y todo me
asombraba;
los negros penachos flameando en
el viento;
de Santos, el chófer, su estampa
admiraba.
La gente en el atrio de la vieja
iglesia.
Gemidos y llantos en la tarde
oscura,
y un brochazo negro dejaba en la
puerta
la negra sotana que vestía el
cura.
Inundaba al templo un canto muy
triste.
Avanzaba apenas el triste cortejo
y unas telas lilas, viejas,
desteñidas,
cubrían los santos, tan fríos, tan
viejos.
Después el “click clack” en la calle fría
remontaba Echague, rumbo al
cementerio,
lágrimas y besos, y el llanto en
el viento,
después el silencio… ya descansa
el muerto.
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