domingo, 7 de octubre de 2012

DESTINO DE RÍO



Pescador… Costero… 
Vecino de la costa  y de las islas
y  hermano del lucero y de las auroras encendidas.
Sube y baja la barranca, -la pucha- piensa,
cada día me cuesta más repechar la senda.
La luz arisca de la madrugada
le enciende en algunos días la oscuridad de sus pupilas,
y los gurises,
que lo esperan cada tarde a la hora del ocaso,
lo envuelven en rondas, lo llenan de gritos,
y le recuerdan que está vivo, por si acaso.
Sopla, una cálida brisa costera,
desde algún ranchito colgado en las barrancas,
un chamamecito cansino le entibia el alma
y le arranca un sapucay
y en ese grito atado a su garganta,
se escapan las penas y los dolores;
y esa melodía tristona y armoniosa
es como una calandria enamorada
que salpica las piedras y los sauces,
coquetea con el agua que pasa
y después mansamente, busca nido en su alma.
Mañana volverá a andar el camino,
la misma senda, las penas serán las mismas,
pero ahora es tiempo del sosiego y del descanso,
del mate amargo, de la mesa del pan tibio y compartido.
El lucero de la tarde, refulgente,
arde como una braza azul sobre las islas
y coqueta y blanca la luna se trepa sobre los sauces,
ilumina de plata los ranchitos,
como aquella de Linares en su canción de cuna.
Pescador… Costero… vecino de la costa y de las islas…
Cae la noche…
La señal de la cruz sobre su pecho,
una plegaria para el Cristo pobre de los pescadores,
es tiempo del descanso merecido.
Afuera, sigue sonando un acordeón tristón,
y a él se suman los ruidos del río y de la costa,
y una guitarra destemplada en su cordaje…
Descansa el pescador, hombre del río,
al alba, volverá a emprender eterno viaje.


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