jueves, 11 de octubre de 2012

VOLVIENDO




 A la hora de la siesta
cuando mi pueblo dormía,
la “gurisada” era dueña
de aquel momento del día.

Buscando sombras, andaban,
la marcha se hacía lenta,
los misterios esperaban
allí  no más, a la vuelta.

Desde la puerta la madre
preocupada, nos miraba,
y susurrando entre dientes
un rosario desgranaba.

Camino del cementerio
la costa nos esperaba,
el canto de las solapas
a veces, nos asustaba.

Y la ribera era nuestra,
sin tiempos y sin horario,
y nos sentíamos dueños
de aquel río milenario.

Y nuestros gritos llenando
ardientes tardes de enero,
contagiaban al silencio
de aquel viejo espinelero.

Nos sentíamos feudales
de un pedacito de río,
levantando mil castillos
en esas tardes de estío.

Devolvíamos al agua
un camalote viajero,
y él parecía decirnos:
-suban gurises, los llevo-

Y algún “Martín pescador”
nos miraba con recelo,
“matraca”… era su queja,
al ver nuestros mojarreros.

Hoy que me duelen los años
y  los amigos perdidos,
necesito los recuerdos,
aquellos que guarda el río.

Mi madre no está en la puerta
y el camino se ha borrado,
por suerte guarda mi alma
dulces sueños, no olvidados.

Por eso de vez en cuando
mis pasos buscan el río,
y los gurises de entonces
andan corriendo conmigo.

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