sábado, 13 de octubre de 2012

TORMENTA EN EL RÍO



De pronto, a media tarde, 
la noche brotó del suelo
y fue arañando,  
paso a paso las barrancas y la arena;
y casi sin esfuerzo,
se metió en los enclenques ranchitos costeros.
Solitarios, inmóviles, como muertos,
se quedaron los sauces y los ceibos ribereños,
solo algún pino del viejo cementerio
se volvió índice gigante y acusaba al cielo.
Por la cicatriz del sendero angosto,
apartando el aire,  venía él,
la sombra fatigada del costero apuraba los pasos.
Y en la ribera,
la calma que antecede a las tormentas,
se palpaba en cada retacito de su áspera piel.
Ahora, el viento, cada vez más fuerte,
traía un suave olor a menta silvestre.
Sobre la rama asustada,
clavó sus garras  el viento y la dobló hasta quebrarla.
Las aguas del ahora bravo río,
se alzaban en raros círculos
y unos labios de espuma blanca besaban la costa.
Como una descomunal espada,
un rayo partió en pedazos el cielo costero,
el aire se llenó de viejas plumitas de nidos abandonados;
y en el rancho, la madre costera,
llevó al rinconcito mas tibio la cuna del gurisito,
aprontó las velas, apuró algún rezo.


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