Entreabría la ventana
de mi cuarto al despertar,
para escuchar en silencio
aquél canto vegetal.
Allí estaba desde siempre
viejo feudal de la esquina,
bajo su sombra enhebraba
sueños-niños y alegrías.
En las tardes de tormenta
afirmaba sus cimientos,
y él era como “El Quijote”
desafiando cualquier viento.
Sus brazos como rezando
algunas plegarias viejas,
se alzaban buscando un cielo
estremecido de quejas.
Otras veces se encendía
y enajenaba dolores,
al sentir entre sus ramas
voces de nidos y flores.
Y entonces con sus colores
la esquina se maquillaba,
con un azul, casi lila,
sus mejillas coloreaba.
Siestas de soles ardientes
con mis ansias desatadas,
él extendía sus dedos,
sus sombras me rescataban.
El fue discreto testigo
de un dulce beso robado,
un corazón con dos nombres
hay en su pecho guardado.
El tiempo y otros caminos
llevaron lejos mis pasos,
de vez en cuando regreso
y lo envuelvo en un abrazo.
Allí esta él... imponente,
como en los tiempos pasados,
ofreciéndome su sombra
para mis pasos cansados.
Yo le cuento de mi vida,
de los caminos andados,
y él dice: - a tu sueño-niño
aún lo tengo guardado -.
Y aunque digan que es el gris
el color de los recuerdos,
el mío es azul y verde
como el árbol que no ha muerto.
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