Un
sol ensangrentado
se
recuesta en las islas,
agoniza
la tarde,
suspira
el saucedal;
las
nubes me recuerdan
a
rostros que he perdido,
presurosas
las aves
van
buscando el ceibal.
Y
toda la ribera
se
puebla de rumores,
suena
la flauta dulce
de un
costero zorzal;
contrasta
con el blanco
de
bellas azucenas,
un
azul, casi lila,
que
trae el camalotal.
Atardecer
de ensueños,
dormitan
los sauzales,
las
sombras lentamente
comienzan
a trepar;
y en
el cielo costero
los
ojitos cansados
de
aquel viejo lucero
parecen
parpadear.
Es
mágica esa hora,
todo
se queda en calma,
sepulcral
el silencio
del
manso atardecer;
es el
tiempo preciso
en
que vuelven las nostalgias,
golpean
los recuerdos
clamando
por volver.
Y
regresa aquel niño
trepando
las barrancas,
de
pantalón cortito,
mojarrero
de sol;
aquél
que te buscaba
en
las tardes costeras,
y por
tus ojos verdes
se
moría de amor.
A
veces me pregunto:
¿Qué
quedó de ese tiempo?,
de
los mágicos duendes
de
cada atardecer;
y
aunque sabe mi alma
que
el pasado, es pasado,
en
cada tardecita
se
empeña por volver.
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