Mi pueblo cerca
del río,
trepándose a las
barrancas,
con un aire de
campanas
te va llevando a
la plaza.
Y allí, viejos
edificios,
recuperan la
memoria,
y entre paredes
gastadas
encontramos
historias.
Después llego
hasta el arroyo,
“el caballito pintado”,
allí donde don
Linares
le dio un canto
enamorado.
Viejo puerto
donde el guinche,
solitario
centinela,
estira sus manos
frías
como buscando una
estrella.
Y en sus calles
regresando
tiempos de la
edad primera,
“un picadito” los
niños,
y las niñas, “la
rayuela”.
Y diviso algunos
rostros
en la bruma de la
siesta,
al trotecito y
sonrientes
la costa, llama y
espera.
Ubajay, tas,
pisingallos,
y un azul de
enredaderas,
qué bueno era
descubrir
la magia de la
ribera.
Dichosos los que
tuvimos
una infancia
pueblerina,
con aroma a pan
casero,
con un duende en
cada esquina.
Mi pueblo de las
barrancas,
mi pueblo de
cielo y río,
mi pueblo me
sigue dando
a cada paso un
latido.
Y en esto de
andar, andando,
yo lo añoro estando
lejos,
y no sé si es volver
o me estoy
volviendo viejo.
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