Tengo en mi memoria un niño despierto
mirando azorado lo que le mostraban,
una bicicleta de cielo pintada
con dos ruedas grandes, cual lunas gigantes,
y dos chiquititas, a cada costado.
Mis frágiles dedos fuertes se apretaron
al frío manubrio, mi alma reía,
había cambiado en solo un instante
aquel caballito viejo de madera
por este gigante , caballo de acero
que tenía dos soles con rayos plateados.
Mi padre miraba, mientras sonreía,
mi madre sufría, como presintiendo
la pronta caída,
y la despareja vereda de entonces
supo de mi gloria de aquel primer viaje.
Pisaba en el suelo, retomando fuerzas
llegué hasta la puerta de la Susanita,
la llamé y le dije: -tengo bici nueva,
apenas aprenda… te llevo una vuelta-.
Recuerdo una tarde, a las cinco y media,
detuve mi bici, la llamé con gritos,
recuerdo su manos allí en mi cintura
y sobre mi espalda su cara pegada,
riendo pedaleaba camino a la esquina,
los dos tan felices, la vida cantaba,
y la bicicleta, te juro… volaba…
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