El viento se
detuvo,
se durmieron
las aguas,
primero fue
un naranja
colgando de
las ramas,
después un
gris oscuro
cubriendo
las barrancas,
la tarde en
agonía
en gemidos
se alzaba.
Las sombras
comenzaron
a brotar
desde el suelo,
y bebieron
de un sorbo
la claridad
del cielo,
las aves
presurosas
aplacaron
sus vuelos,
un candil
alumbraba
los pasos
del costero.
Y allí no
más, tan cerda
del viejo
cementerio,
llegaron los
susurros
cargados de
misterios,
la costa se
vestía
con un luto
severo,
y en el aire
flotaba
la soledad
de un templo.
Retazos de
la tarde
han quedado
en el río,
diviso en el
ranchito
un lucero
encendido,
un vaho de
fatigas
se esparce
en la ribera,
y una
canción me cuenta
de ausencias
y de esperas.
Lentamente
en la orilla
mi sombra
fue muriendo,
me ganaron
el alma
misteriosos
silencios,
y esa noche
costera
se metió tan
adentro,
que me ha
encontrado el alba
con los ojos
abiertos.
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