En los mansos domingos de mi pueblo
llegaban los gurises a la plaza,
el templo, las señoras con sus ruegos,
y el viejo campanario con torcazas.
Con sus dulces sabores provincianos
el kiosco, en cada vuelta nos tentaba,
y entre copos de nieve yo buscaba
los ojos de la niña que añoraba.
Y en el centro, la Banda ya sonaba
desgranando antiguas melodías
en un cielo, paceño y provinciano.
En la mágica noche se encontraban
los dulces duendes de la infancia mía,
duendes hermosos que aún extraño y amo.
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