En la orilla los niños
mojaditos de río,
sus ojitos guardaban
un solcito de estío.
En la orilla los niños
con piecitos de baro,
cucharitas del agua,
el tesoro buscado.
Y ese río cargado
de misterios y siglos,
se detuvo un ratiro
y jugó con los niños.
Y hasta el sauce clstero
se olvidó de sus penas,
se prendió con los niños
a jugar en la arena.
Los miré desde lejos
y volví al dulce tiempo,
y al igual que esos niños
de la costa, fui dueño.
De un puñado de arena,
de la agüita del río,
de un reflejo costero,
de los niños... y mío.
En mi pueblo costero
cuando llega el estío,
hay un niño que es dueño
de un poquito de río.
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