Hoy detuve mis pasos
y miré la vida con ojos de niño.
Descubrí en el cielo
antiguos colores que creí perdidos;
caminé el sendero,
el que tantas veces me llevó hasta el río,
y encontré la magia
del duende costero que un día fue mío.
La ribera en calma
se probaba el traje caliente de enero,
divisé en la costa
allí entre los juncos
chapaleando risas, gurises corrían,
y desde la orilla
el eco traía, voces de partida.
Derramó en mis manos
lagrimones rojos el ceibo costero,
y ganó mi alma
el hondo silencio de un espinelero;
y buscando el tiempo
de los ojos limpios y el corazón bueno,
me crecieron
alas
y fui
golondrina regresando lejos.
Aticé el
rescoldo
de dulces
recuerdos que creí olvidados,
sacudí las
penas,
dejé los zapatos de mi andar cansado;
me trepé a la
risa
de aquellos
gurises que andaban cantando,
y corrí con
ellos,
con el alma
libre y los pies descalzos.
Hoy...
detuve mis
pasos
y miré la
vida con ojos de niño.
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