A orillas del río, entre los ranchitos
crecieron lapachos, quien me lo diría,
entre verdes sauces y rojos ceibales,
se alza su rosado en la arena ardida.
Y el cielo costero, cuando muere el día,
muestra la acuarela que Dios ha pintado,
mezcló los azules, rojos y naranjas,
y a los dos lapachos, le pidió el rosado.
Un lugar de ensueño la ribera amada
juegan con el sauce gotitas de luna,
mientras los lapachos dejan un rosado
en la gurisita que duerme en la cuna.
El viejo costero que ama ese paisaje
al ver los lapachos que están encendidos
sabe que se han ido por fin las heladas,
los vientos de invierno han sido vencidos.
Un río cansado detiene su marcha
con ojos de niño, él mira asombrado,
llora y se desangra un ceibo costero
mientras a su lado, ríen los rosados.
Qué extraño designio les marcó el destino
esos dos lapachos nacieron costeros,
y al igual que el sauce, el timbó o el ceibo,
su vida es del río… manso… espinelero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario